Esta ha sido sin duda mi crónica favorita.
La tarea era sencilla: leer un suceso y reescribirlo añadiendo imágenes literarias y desterrando para siempre el lenguaje periodístico.
La tarea era sencilla: leer un suceso y reescribirlo añadiendo imágenes literarias y desterrando para siempre el lenguaje periodístico.
El precio de la vida Ana Sánchez
La muerte llegó así como así, cual dementor que viene a quitar la felicidad y deja sólo tristeza. Desde que iniciaron los problemas en Venezuela había intentado mantenerlo lejos de la calle, y por lo tanto, lejos de la violencia que implicaba participar en protestas. Aunque ya se había graduado de bachiller y seguía esperando el cupo para estudiar en la Universidad Alejandro de Humboldt, Mario, mi hijo, siempre tenía algo que hacer. Todo mi esfuerzo por alejarlo de un destino fatal no valió la pena, pues hoy me lo arrebataron.
Ocurrió tan rápido y es que ¿quién iba a pensar que una simple salida al doctor se convertiría en la pesadilla que me dejaría marcada de por vida?, mi pequeño muchacho, sólo quería que mejorara. Dejó de lado sus cosas planeadas para el día y simplemente me acompañó. No me sentía bien y la preocupación en su rostro era evidente. Se encontraba inquieto, no me quitaba la mirada de encima, y sus ojos mostraban sospecha cada vez que le decía que estaba mejor. Mi cara, en cambio, decía otra cosa, el dolor no se quitaba.
En un momento de extremo sufrimiento, pues la migraña no se iba, le dije que tenía que ir al doctor. Así pues emprendimos nuestro pequeño viaje al Centro Clínico Casanova ubicado en Bello monte.
Una vez allí, después de que me colocaran un calmante y de que me realizaran varios exámenes, salimos a la calle. Decidimos que lo más seguro debido a que ya se hacía tarde era tomar un taxi que nos llevara hasta nuestra casa. Mientras esperábamos, Mario sacó su celular, un viejo blackberry que si bien estaba todo feo, llamó la atención de un delincuente. Un motorizado se nos acercó y en seguida con un “dame el celular” lo sentenció. Aquel muchacho no parecía tener más de 20 años, vestía unas bermudas color negro, una camisa tan ancha que podrían entrar dos personas en ella, y una gorra inmensa que dejaba muy poco que ver de su rostro. No sé qué pasó por la cabeza de Mario en ese momento pero simplemente respondió “trabaja y te compras uno”. En seguida el otro muchacho sacó una pistola y apuntó a mi hijo, pero él continuó diciéndole que no se lo entregaría.
La impaciencia estaba grabada en la cara del delincuente así que en busca de proteger a Mario, me coloqué entre los dos y le supliqué “por favor entrégalo”, el motorizado no le dio tiempo para que se moviera y simplemente se bajó de la moto y pasó su arma por encima de mí y le disparó en la cabeza. Se despidió con un “Aprende a hacer caso”, recogió el celular y se marchó, tan rápido como había llegado. Gritos y más gritos, sangre por todas partes, parecía que su cabeza había explotado. En el piso se encontraba mi hijo, todo ensangrentado y con su mirada ida, aun así lo sacudí con la esperanza de que despertara. Nunca lo hizo.
Si bien ahorita ningún lugar de Venezuela es seguro, debido a que los delincuentes se la pasan asesinando a personas inocentes, tú nunca esperas que la mala suerte de toparte con uno de esos te toque a ti. ¿Sabes qué es un celular? es el precio que debes pagar si deseas mantenerte con vida en este país.
La muerte llegó así como así, cual dementor que viene a quitar la felicidad y deja sólo tristeza. Desde que iniciaron los problemas en Venezuela había intentado mantenerlo lejos de la calle, y por lo tanto, lejos de la violencia que implicaba participar en protestas. Aunque ya se había graduado de bachiller y seguía esperando el cupo para estudiar en la Universidad Alejandro de Humboldt, Mario, mi hijo, siempre tenía algo que hacer. Todo mi esfuerzo por alejarlo de un destino fatal no valió la pena, pues hoy me lo arrebataron.
Ocurrió tan rápido y es que ¿quién iba a pensar que una simple salida al doctor se convertiría en la pesadilla que me dejaría marcada de por vida?, mi pequeño muchacho, sólo quería que mejorara. Dejó de lado sus cosas planeadas para el día y simplemente me acompañó. No me sentía bien y la preocupación en su rostro era evidente. Se encontraba inquieto, no me quitaba la mirada de encima, y sus ojos mostraban sospecha cada vez que le decía que estaba mejor. Mi cara, en cambio, decía otra cosa, el dolor no se quitaba.
En un momento de extremo sufrimiento, pues la migraña no se iba, le dije que tenía que ir al doctor. Así pues emprendimos nuestro pequeño viaje al Centro Clínico Casanova ubicado en Bello monte.
Una vez allí, después de que me colocaran un calmante y de que me realizaran varios exámenes, salimos a la calle. Decidimos que lo más seguro debido a que ya se hacía tarde era tomar un taxi que nos llevara hasta nuestra casa. Mientras esperábamos, Mario sacó su celular, un viejo blackberry que si bien estaba todo feo, llamó la atención de un delincuente. Un motorizado se nos acercó y en seguida con un “dame el celular” lo sentenció. Aquel muchacho no parecía tener más de 20 años, vestía unas bermudas color negro, una camisa tan ancha que podrían entrar dos personas en ella, y una gorra inmensa que dejaba muy poco que ver de su rostro. No sé qué pasó por la cabeza de Mario en ese momento pero simplemente respondió “trabaja y te compras uno”. En seguida el otro muchacho sacó una pistola y apuntó a mi hijo, pero él continuó diciéndole que no se lo entregaría.
La impaciencia estaba grabada en la cara del delincuente así que en busca de proteger a Mario, me coloqué entre los dos y le supliqué “por favor entrégalo”, el motorizado no le dio tiempo para que se moviera y simplemente se bajó de la moto y pasó su arma por encima de mí y le disparó en la cabeza. Se despidió con un “Aprende a hacer caso”, recogió el celular y se marchó, tan rápido como había llegado. Gritos y más gritos, sangre por todas partes, parecía que su cabeza había explotado. En el piso se encontraba mi hijo, todo ensangrentado y con su mirada ida, aun así lo sacudí con la esperanza de que despertara. Nunca lo hizo.
Si bien ahorita ningún lugar de Venezuela es seguro, debido a que los delincuentes se la pasan asesinando a personas inocentes, tú nunca esperas que la mala suerte de toparte con uno de esos te toque a ti. ¿Sabes qué es un celular? es el precio que debes pagar si deseas mantenerte con vida en este país.